Hemos llegado a Xi’an, la capital desde donde salió durante trece dinastías la ruta de la seda que cruzaba Afganistán, Iraq, Siria, Turquía y de ahí llegaba a Europa. La ruta que hizo que China inventara y exportara al mundo la fabricación de papel de celulosa, la imprenta de caracteres móviles, el compás y la pólvora. La ruta que trajo el Islam a China, religión que convirtió a la etnia Hui, haciéndole construir su mezquita en forma de pagoda a pocas cuadras de nuestro hostal de la juventud (A Helena le da un poco de vergüenza estar aquí conmigo, y un poco más de hueva: ¡los estudiantes no tienen hijos de su edad!).
Xi’an, la antigua Chang’han, la capital del sanguinario y genial Qin Shihuang, que hace 2300 años unificó China, construyó la Gran Muralla, enterró vivos a los filósofos confucianos que lo criticaban y se hizo preparar un ejército de 30000 soldados y caballos para que custodiaran su alma.
Xi’an, con su templo de la Gran Gracia Materna, su Pagoda del Gran Ganso Salvaje, sus muros para la defensa de los bandidos y los bárbaros. La capital de la época dorada de los Tang…
Pero, qué le vamos a hacer, quizá por qué nos esperábamos demasiado, los guerreros de terracotas en formación de guerra, los caballos, los generales de 2 metros, nos dejaron algo frías. Impresionantes, bellos, pero tan museográficos, tan bajo un hangar para aviones. En fin, un duchazo de agua fría después de la cálida Pingyao.
De modo que lo que más gocé de esta ciudad, fueron los restos de una aldea neolítica descubierta en 1953, a sus orillas. Mi obsesión son las continuidades, lo que Braudel hubiera llamado las historias de muy muy larga duración, eso es de una duración que obviamente comporta cortes, virajes, cambios e interrupciones, y se sostienen en una subterránea continuidad. Ninguna religión institucionalizada ha soportado jamás un tiempo tan largo, pero sí lo han desafiado ciertas indefinibles preferencias, lo que hoy llamamos supersticiones: la construcción de las ciudades sobre un eje norte-sur, por ejemplo. Y lo sagrado de los entierros, la agrupación de las casas alrededor de un fuego común -para alejar a las fieras y alimentar a los hogares internos a construcciones de techos de dos aguas-, las formas puntiagudas de las botellas con su tapa, los jarrones, la abstracción de los dibujos, la repetición de los símbolos de venados, números y peces.
Así como en Roma lo que más me interesa de los foros es la parte de la villa neolítica que acaban de descubrir bajo el Palatino, demostrando que los latinos criaron puercos por su fecundad y su resistencia, que se agrupaban por miedo a los animales salvajes, que vivían en paz y sin esclavos, así en Xi’an lo que más me gustó fue el pueblo de Banpo, organizado alrededor de figuras femeninas que dirigían los cultos de los muertos, la distribución de los alimentos y probablemente la vida política, según un sistema de linajes matrilineal, no guerrero y no esclavista.
Banpo fue erigido hace unos 6500 años y duró casi 1000. Para proteger sus casas de planta circular y de planta rectangular de los animales del bosque, le escarbaron un fosado de 13 metros de profundidad en el lado norte. Albergó a cazadores, recolectoras y primeras horticultoras, que ofrecían sacrificios de pequeños animales y plantas a la Tierra, durante ceremonias que practicaban frente a una gran piedra (¿una futura estela?,¿algo que ver con la pasión por la rocas en los jardines chinos?). Por el oeste estaba un lugar de entierros de adultos, mientras a las niñas y niños pequeños las enterraban en jarrones muy cerca de las casas, casi bajo las alas del techo. Pensé en esas madres neolíticas que no querían separarse de sus hijas muertas y sentí que tenían razón. ¿Cómo rendirles culto si lo que se deseaba era abrazarlas todavía? Pensé también que si las reglas las hacen mujeres libres del colectivo de los hombres, unas mujeres que se tomen a sí mismas por parámetro, pues las reglas de convivencia no se sostendrían sobre la misma lógica que cuando las instituyen hombres. Quizá puede haber más formas de poder. Quizá el no poder sea una de ellas.
En fin, entre el primer emperador, detestado por todos sus enemigos y temido hasta por sus aliados, y las recolectoras que se inclinaban frente a la madre tierra y gobernaban sin derramar sangre, mi preferencia se dirige obviamente a las más ancianas.
Lo muy, muy lejano en el tiempo, lo que me hace sonreír porque a pesar de todo se nos parece, también siempre me despierta la misma pregunta: ¿pero entonces qué pasó?
Así, con la misma pregunta que en Monte Albán, que en el Sahara, que en Catal Huyuk, tomé el camión y recorrí las grandes avenidas de una más de las ciudades de la China moderna. Y ahí vino la sorpresa: Xi’an es limpia, funcional, pero también cálida. Sus miles de tiendas –como en toda China- compiten por un mercado que debe ser constantemente seducido por los precios y la oferta, pero son ordenadas, la puja por los precios es menos descarada, los salarios son decentes, finalmente en los techos de las casas se ven celdas solares y en la universidad se tienen charlas de ecología. Los enamorados se besan en las calles. Las amigas van de la mano. Por supuesto los cielos siguen estando grises de carbón y bruma –todavía no hemos visto un cielo azul y transparente en China, lo cual, siendo yo metereopática, me deprime y enoja por momentos-, pero por primera vez pensé que si tuviera que dejar México podría vivir en un ciudad china, ésta.
Hablé con un pintor de cerámicas tradicionales que ha cambiado el modelo repetitivo de expresar lo antiguo y pensé en la gente de Polvo de Agua, en la Mixteca, en mi amigo José Luís García cuando dice que un artesano es un artista que utiliza materiales locales y no un repetidor. Se lo comenté al ceramista chino y dijo que nunca había escuchado en palabras tan bellas algo tan cierto. ¿Cortesía china o sintonía de pensamiento? Se nos acercó otro artesano, de la familia que se ha transmitido la técnica de construcción de un instrumento parecido a la ocarina, de nueve hoyos, con el que nos tocó por más de veinte minutos una melodía de tonos variados. Me llamó a mirar sus instrumentos, cada uno diverso del otro, y pidiéndole al otro que le tradujera, me comentó que lo nuevo y lo viejo no deben estar en contraste sino movilizarse uno al otro. Lo más sorprendente es que no intentaba venderme algo. Pasamos una tarde hermosa.