martes, 2 de octubre de 2007

SER MINORIA EN LA PROPIA TIERRA. LAS MUJERES DE TIBET

Dharamsala, India, 1 de octubre de 2007. Entre China e India, los dos únicos países del mundo donde los hombres son más numerosos que las mujeres, se ubica Tibet, un país enorme y poco densamente poblado -tiene apenas seis millones de habitantes por una superficie de 2.500.000 kilómetros cuadrados- que fue invadido paulatinamente por China durante toda la década de 1950. Si en las culturas de sus poderosos vecinos la modernidad ha jugado a favor de la misoginia tradicional, ofreciendo al infanticidio femenino la posibilidad de ser sustituido por abortos tan pronto como una ecografía puede determinar el sexo de los fetos, en Tibet las mujeres son consideradas tan iguales a los hombres que tanto pueden ser uno la reencarnación de otra, como lograr mediante una vida de ascesis y cuidados a las demás personas y a la naturaleza devenir una Buda Viviente.
La tibetana, en efecto, es una sociedad determinada por la religiosidad. Este aspecto medular de su cultura sirvió a los chinos -que acababan de optar por el comunismo al finalizar la brutal ocupación japonesa y la guerra civil que siguió a la Segunda Guerra Mundial- para postular la “liberación” de Tibet de la teocracia que lo gobernaba. Sin embargo, sirve también a las mujeres tibetanas para considerarse y ser consideradas, al igual que los hombres, seres concientes que necesitan tomar sus propias decisiones en el ámbito de la vida cotidiana y en la opción por la vida monástica. La vida conciente está, obviamente, en oposición con cualquier determinismo, en particular el que forzaría a las mujeres al matrimonio y a la maternidad.
Cuando a finales del mes de agosto, dejamos Tibet despues de haber vivido un mes entre Ganzu, Qinhai y la Region Autonoma Tibetana (tres de las cinco provincias, junto con Sichuan y Yunan, entre las que China ha dividido Tibet), habíamos estado con mujeres agricultoras, pastoras, comerciantes y encargadas de servicios turisticos. Convivimos con madres de familias numerosas, con monjas y con estudiantes. Si bien pocas hablan alguna lengua occidental, eran más que las chinas y todas se ofrecían para acompañarnos y se esforzaban por comunicar con nosotras. Albañilas y constructoras de carreteras detenían sus trabajos para saludarnos cuando les pasábamos en frente. Peregrinas de todas las edades al regreso de los templos compartían con nosotras las ofrendas que habían recogido después del rezo. Sin embargo, algo no cuadraba entre su afable y reservada atención y las informaciones que la Federación de Mujeres de China me había ofrecido en Beijing sobre la feliz vida de las mujeres de la “minoría” tibetana, su liberación de las cargas religiosas, su participación política y sus amplios derechos reproductivos.
Sólo después de entrevistarnos con las mujeres tibetanas en el exilio de Nepal e India, terminamos de entender la situación de mujeres que no tienen derecho a vivir según sus costumbres, y por lo tanto no pueden libremente transformarlas, porque su cultura es negada sea por el genocidio (de 1959 hasta entrada la década de 1990 China mató 1.200.000 tibetana/os en los campos de trabajo forzado, las cárceles y la represión de los nacionalistas y en los monasterios); sea por la destrucción ambiental y cultural (tala de bosques indiscriminada, desechos industriales y nucleares en las aguas de los lagos sagrados, 9000 templos, stupas y monasterios derruidos y bibliotecas quemadas); sea por el encarcelamiento de aquellas que se manifiestan pacíficamente a favor de su Independencia y sus derechos culturales y religiosos (145 niñas y adultas prisioneras políticas en 2004, según Amnistía Internacional, fueron brutalmente golpeadas en la cabeza, de modo que si quedaban afectadas y sufrían de jaquecas permanentes se podía alegar que estaban locas de antemano); sea por su propia minorizacion, es decir por el constante flujo de inmigrantes chinos y de otras minorías étnicas de China para que su territorio nacional se convierta en cinco “normales” provincias pluriétnicas chinas.
En el Tibet “sinizado” se siguen hablando ocho variantes del tibetano, pero no se las puede estudiar en la escuela ni aprender a escribir en las universidades (donde los exámenes de ingreso son en chino); cualquiera puede vestir según las usanzas ancestrales, pero corre el riesgo de ser dejada al final de una larga cola por ello; se puede rezar alrededor de los templos o acudir a los monasterios, aunque muchos han sido convertido en “monumentos” y por lo tanto tienen un precio de entrada demasiado alto para cualquier peregrina. Además las escuelas aceptan a las niñas y niños sólo si su número corresponde a una “cuota” de nacimientos determinada por los gobiernos locales y si van vestidos con un uniforme chino (es decir, con ropa occidental). Las autoridades chinas pretenden controlar los estudiantes y las enseñanzas en las escuelas de los monasterios budistas (que han sido abiertas nuevamente de manera oficial a finales de la década de 1990) y hacen sentir el peso de su propia misoginia al no proporcionar fondos para la educación monástica de las mujeres.
Algunas tibetanas nos respondían con un gesto de impotencia cuando, también a gestos, les preguntábamos por qué siendo tan buenas cocineras debían contentarse con un puestecito en la calle si había tantos restaurantes chinos en ciudades otrora tibetanas como Chengdu, Xining o Lanzhou, y aun en pueblos como Xiache y Mache; un gesto de desesperanzada aceptación del status quo de un país invadido que implica que a las migrantes chinas en Tibet les irá siempre mejor que a ellas. Un gesto muy parecido al de muchas indígenas en México, cuyos pueblos son controlados económicamente por los mestizos y ladinos.
Las campesinas, asimismo, nos aseguraban que las tibetanas tienen muchos hijos para contrarrestar la paulatina “sinizacion” de Tibet, donde sus habitantes originales son hoy apenas el 40 por ciento de la población. Pero las comerciantes de Lhasa, en particular las bar tenders que hablan un perfecto inglés y a veces también francés, nos dijeron que, aunque la política del hijo único en China no atañe a las minorías étnicas, el gobierno encuentra siempre las formas de limitar la reproducción de las mujeres tibetanas para frenar su “resistencia nacional” y los patrones disminuyen el salario o despiden a las empleadas que superan su “cuota” de hijos. Los abortos forzados, aun tan tardíos como al octavo mes, y las esterilizaciones sin consentimiento están a la orden del día en los hospitales chinos. Igualmente, muchos gobiernos municipales imponen multas a las madres de familia por sus “excesos” en la reproducción cuando necesitan fondos suplementarios. Oficiales mujeres van de casa en casa para preguntar a las mujeres casadas si están menstruando y para forzarlas a abortar mediante amenazas de persecución y despido si les contestan que no. Una especie de “infanticidio selectivo” se practica con base en la Ley de Atención a la Salud Materna e Infantil china de 1990, que prevé el aborto en caso de disfunciones genéticas, pero que, según algunas, sirve para confundir rasgos étnicos –cuando no descendencia de “subversivos”- con “inferioridades” genéticas.
Ninguna tibetana nos dijo con todas sus letras que vive bajo severas restricciones de sus derechos políticos, culturales, sociales, religiosos y reproductivos. No podían descartar el peligro de que fuéramos orejas de los chinos o que alguien más nos estuviera escuchando. Sin embargo, cuando me vendieron el CD con las canciones que cuatro monjas compusieron en la cárcel como una forma de resistencia a su prisión y tortura, lo hicieron de escondidas. Las que se disculpaban por no hacernos subir a sus autos porque existe una prohibición de intimidar en las carreteras con las extranjeras, querían que entendiéramos que el control sobre sus vidas es constante. Las que sólo a caballo y en medio del bosque entonaban cantos guturales antiguos y profundos, nos pedían no decir a los chinos quien se los había enseñado.
La de ser tibetana es una identidad nacional peligrosa para quien vive en Tibet, y un ancla al pasado para quien vive en el exilio en India, Nepal, Bhután y el resto del mundo. Las condiciones en las que las tibetanas se viven y reivindican como tales, por lo tanto, son muy distintas según se resida en el propio país o en el exterior. En la Región Tibetana Autónoma, así como en Ganzu, Qinhai, Sichuan y Yunan, las tibetanas han encarado una invasión tendiente a borrar su cultura y sus expresiones religiosas, mediante varias técnicas de sobrevivencia económica y cultural, entre ellas una aparente aceptación de la normatividad china. Las refugiadas de primera, segunda y aun tercera generación reivindican frente a la comunidad internacional el derecho de sus hermanas a sus prácticas políticas, culturales y religiosas en un clima de no discriminación étnica. No obstante, unas y otras ven, por motivos distintos, restringidas sus capacidades de participar en el desarrollo de un país que no ha sido formalmente reconocido como un estado miembro de las Naciones Unidas y frente a la consumación de cuya invasión, en 1959, sólo Ecuador levantó una protesta formal.
La Asociación de Mujeres Tibetanas se fundó el 12 de marzo de 1959 durante una marcha masiva de mujeres en Lhasa para protestar contra la ocupación ilegal de su país por China. A pesar de que se trataba de una manifestación pacifica, las marchistas fueron brutalmente reprimidas por el ejército chino. Las que no murieron ametralladas, fueron encarceladas, torturadas y golpeadas sin descanso. Las pocas sobrevivientes que lograron huir a la India, decidieron dedicarse a la preservación de la cultura y la identidad tibetanas en el exilio. Muy pronto convirtieron su primera asociacion en una gran organización de bienestar social. Se empeñaron a fondo en denunciar los abusos contra los derechos humanos, difundir el budismo como base de su identidad social, promover y salvaguardar la cultura y la educación. Uno de sus trabajos constantes es la búsqueda de las y los desaparecidos políticos y la defensa de los derechos de las y los presos; actualmente están en campana por la aparición con vida del décimo primer Panchen Lama, Gendhum Choekyi Nyima, un niño de seis anos que fue sacado de noche de su casa con sus padres en 1995, y que estás desaparecido desde entonces, porque tres días antes el Dalai Lama lo había reconocido como la reencarnación de la segunda figura principal del budismo lamaico.
La Asociación de Mujeres Tibetanas no se reivindica feminista sino enarbola la demanda de un humanismo igualitarista, ya que se niega a “preferir” un grupo de personas sobre otro por cualquier motivo, aunque sea para reivindicar la mejora de su propia condición de genero. De hecho, la AMT es una asociación política que descansa en el fortalecimiento de los derechos y la acción de las mujeres para con su sociedad. Del 12 de marzo de 1994 al 12 de marzo de 1995 organizó el primer Año Internacional de las Mujeres Tibetanas y con ello manifestaciones, eventos culturales, fiestas, lecturas de obras literarias y teatrales, y presentaciones de videos hechos por mujeres. La finalidad explícita era la de poder participar como tibetanas en Beijing durante la Cuarta Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre las Mujeres, en 1995. Como les fue negada la participación, organizaciones no gubernamentales de mujeres de todo el mundo se les unieron en una campana de presión que culminó en 2005 con la presentación oral de un informe de la AMT ante la 66 Sesión Plenaria de la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra sobre las condiciones de vida de las tibetanas.
Una violencia brutal contra las mujeres tibetanas concierne las practicas laborales de los empleadores chinos. La sinizacion de Tibet comporta que las tibetanas estén a la zaga de las mujeres chinas en la jerárquica escala para obtener un empleo, son pagadas menos que ellas (que a su vez son pagadas menos que los hombres chinos y los hombres tibetanos), pierden el empleo si uno de los miembros de su familia está involucrado en actividades políticas (“actividades subversivas”, según las autoridades chinas) y deben pasar por una “prueba de virginidad” para obtener trabajo. La “prueba de virginidad” consiste en un tacto para comprobar el estado del himen, con el fin de garantizar que no están embarazadas ni tienen una vida sexual activa que las pueda alejar de sus labores. Aun el ser victima de acoso o violencia sexual en el trabajo puede ser utilizado como argumento de haber roto el “pacto de virginidad” que las tibetanas deben suscribir al emplearse, prometiendo no tener vida sexual por un periodo de por lo menos tres años. Muchas de las mujeres que pierden su trabajo o no son empleadas, particularmente las jóvenes inmigrantes del campo a Lhasa, son forzadas a la prostitución para subsistir.

India: Después de dejar Varanasi

Desde que dejamos Varanasi para llegar a Delhi nos ubicamos en medio de dos semanas que no corresponden a nuestro viaje. Aceptamos encontrarnos con mi prima en India y ella nos subió a un auto y nos esta llevando de un lado a otro de los monumentos, ciudades y sitios arqueólogicos de esos 22 paises que despues de la Independencia India en 1948 se reunieron en el estado de Rajastan -que por cierto es muy bello. Estamos gastando un monton de dinero (que ya nos empieza a escasear entre las manos) y, a la vez, sentimos que no podemos quedarnos donde queremos ni estamos conociendo a la gente, sus costumbres, su real modo de vida, que es exactamente lo que intentamos conocer durante nuestros cinco meses de viaje de Mongolia hasta aquí.

Helena, que es buenísima para encontrar lo mejor de cualquier situación, dice que se trata de una vacación de las vacaciones. Por otro lado es interesante compartir modos distintos de viajar con alguien que se quiere y de la cual, sin embargo, se conocen poco las costumbres cotidianas, los intereses, la mirada. En seis días las rapidas vacaciones de Chiara se van a acabar y nosotras retomaremos el tren (la red indiana de ferrocarril es perfecta, barata, rápida y segura, a pesar de la mas extraña burocracia que la trastoca).

Los primeros dias en India la odie. Caótica, demasiado poblada, sucia, húmeda. Nos sentíamos asaltadas por los vendendores de ofertas turísticas, por los choferes de riksho, por la comercialización de la espiritualidad hindú acompañada de la rivalidad con los musulmanes. A cada paso alguien intentaba vendernos algo, o nos pedía limosna o nos contaba historias lagrimosas y culpígenas sobre su pobreza. Yo desee sinceramente no haberme ido de Tibet. Pero ahora estamos felices de haber venido a esta tierra donde a pesar del calor se puede caminar entre campesinas cargadas de hierbas sobre la cabeza, jugar con niños que persiguen animales y donde tambien existe el comercio justo, las cooperativas de producción, la más precisa lucha ecológica y un montón de chavos y chavas que se mueren de ganas de tener una charla con alguien ajeno a sus familias y que te ayudan a cambio de nada.

Si en Pushkar frente al lago sagrado donde Brama, el dios de la creación, hizo sus ofrendas con su segunda esposa, nos sentimos totalmente tocadas por la serenidad del ocaso naranja sobre las mujeres y los hombres bañándose en las aguas sagradas del lago, en Ara nos quedamos haleladas frente a la belleza del Taj Mahal y en Udeipur nos dejamos seducir por la grandiosidad de los palacios reales.

Después de que Chiara se vaya, seguiremos rumbo al norte. Queremos estar, viajar, meditar por un rato más.

Luego, tristemente, deberemos emprender el camino de vuelta a casa. Todavía tenemos ganas de dar la vuelta al mundo. La verdad es que el regreso a las broncas universitarias, a las frustraciones de la vida cultural mexicana, a las envidias de los colegas no me atrae para nada. Pero, en algun lado hay que vivir y México sigue siendo el que volvería a escoger para ser mi hogar.

Fotos de Varanasi












De Nepal a Rajastan

¿Cómo explicar que tras dos días de santa paz en Lumbini, cerca del estanque de agua donde se bañó la madre de Buda poco antes de dar a luz, lanzarnos a India nos pareció excitante, pero resultó ser poco grato?

Desde que dejamos Tibet para adentrarnos en Nepal, a Helena el cambio de actitudes frente a ciertas pequeñas cosas sin aparente importancia, de personas, de tipo de ciudad le resultó muy agradable. De hecho, Nepal la llenó de ganas de reír, de simpatía para con los adultos y los niños. Decía a cada rato que en Tibet, por muy lindas que fueran las personas, sentía la opresión que la colonización china comporta y que en Nepal se respiraba el aire de un país que nunca se había rendido ante nadie.

Pero no es el pasado colonial lo que nos hizo añorar Nepal. De hecho India lo ha superado con amplitud, su historia ha incorporado los 130 años de presencia inglesa como la de un corto periodo previo a la unificación de un sinnúmero de reinos independientes. Tampoco fueron los típicos problemas del Tercer Mundo (el camión que nos llevaba a Garakpur se descompuso, el tren partió con 20 minutos de atraso), ni las vacas en la sala de espera y entre los tambos de la basura, intocables e intocadas, verdaderas representación de la Madre Universal dispensadora de leche. Ni siquiera fue el enamorado que le preguntaba a Helena que cosméticos usaste y que frente a la respuesta “ninguno”, le contestó que le parecía fascinante que la suya fuera una “natural beauty”.

En el tren las personas fueron atentas y lindas con nosotras y con las dos estudiantes japonesas que se alojaron en el mismo vagón. Platicaron de muchas cosas, nos preguntaron otras, finalmente dormimos. Fue a la llegada a Varanasi donde la primera impresión de ser asaltables económicamente se nos confirmó.

En India nunca hay un solo tipo de algo. Ni una sola casta, ni una sola religión, ni un solo vestido, ¿como iba a haber un solo tipo de turista? No es lo mismo dormir en una guest house que en un gran hotel, eso es obvio, pero tampoco lo es viajar en tren o en auto rentado. Ahora bien, ambos tipos tienen en común que se les ve como a unos idiotas con plata a los que es posible exprimir como un limón. Además los europeos bienintencionados -los que pretenden llevar a cabo un turismo solidario y sostenible, para darnos a entender, y que son pocos- han despertado nuevas formas de engaño; no hay tendero que no pregone ser el vendedor de una cooperativa que sostiene a varias familias, hecho por el cual es de muy mal gusto reclamar precios más bajos.

Varanasi es una de las ciudades más santas de la India, aquélla que Shiva fundó a orillas de las aguas primordiales y sagradas del rio Gange donde amaba bañarse su mujer. Es la ciudad donde brahmanes, príncipes, comerciantes, campesinas y aun intocables van a bañarse para quedar purificados y donde quien muere y es quemado puede entrar directamente al cielo, escapando de los ciclos de las reencarnaciones. Dos grandes crematorios están en función al lado de las escaleras donde acampan permanentemente moribundos y santones, maestros y visitantes. La leña es traída por barco y es de un árbol especial, pues no hay olor a carne chamuscada por la ciudad. Los parientes del difunto visten de blanco –color del luto- y se rapan la cabeza. Es fácil toparse con procesiones funerarias en cualquier esquina de las estrechas callejuelas de la ciudad vieja y son acompañadas de vacas, tambores, campanas y ofrendas.

Los musulmanes, que son el 30% de la población, viven apenas afuera de la ciudad mas antigua, en barrios de grandes -se dice que los mejores del mundo- productores de brocado de seda. En el pasado tuvieron fuertes enfrentamientos con los hindis, tanto que su mezquita como el templo de oro de Shiva son resguardados por el ejército para evitar bombazos y tumultos. Son muy críticos del sistemas de castas hindi y no se retienen de reñir con un brahmán cuando no permite entrar a su templo a alguien de una casta inferior, pero deja entrar a un extranjero para que le deje una ofrenda en dinero.

El Gange es realmente un río sagrado. Aunque parezca increíble sus aguas son siempre limpísimas, aun microscópicamente limpias, a pesar que se le entreguen las cenizas de todos los muertos, así como los cuerpos de los niños, las mujeres embarazadas, los leprosos y los mordidos por las cobras –que no necesitan pasar por la purificación del fuego-. Además estar en sus orillas mueve al llanto, o a las sonrisas y a la calma. Verlo fuerte y cobrizo después de los monzones, o según nos dicen azul como el cielo durante la estación seca, es un regalo de las diosas mas piadosas.

Tres días en Varanasi se nos fueron como el agua, así como una parte considerable del dinero que nos quedaba, porque tampoco quedamos inmunes a la habilidad de los vendedores de la antigua Benares. Por suerte tampoco fuimos inmunes a la inteligencia cansada, arrastrada por el calor y glorificada por las piedras y los jardines, de su universidad, donde la escuela de filosofía se mostró interesada en iniciar un dialogo con los filósofos no occidentales de otra parte del mundo, es decir Latinoamérica.

Lástima que nuestras vueltas por las riveras del Gange duraron demasiado poco, aunque lo suficiente para tener una primera apreciación de la habilidad agrícola de las y los indios. Mijo, maíz, trigo, y variedades diversas de lentejas se extienden por kilómetros sobre una tierra labrada a la perfección. Tuvimos que correr a Delhi para encontrarnos con Chiara que llegaba de Roma para pasar dos semanas con nosotras, es decir todas sus vacaciones.

Delhi es una ciudad enorme, con bellísimas construcciones mogolas, rica, verde, dividida entre una nueva ciudad del tercer mundo progresista y la antigua ciudad de callejuelas y mezquitas y templos acomodada contra el fuerte y sus jardines. Pero Delhi es también carísima. Un hotel cuesta más que en Europa, y no siempre brinda las mismas comodidades. Alguien nos dijo que también puede ser una ciudad barata, pero no vimos por dónde. Además, a diferencia de Beijing, donde es posible tener un comercio con características que una vez identificadas se mantienen iguales, en Delhi un turista es siempre un idiota, por lo tanto se le trata de esa forma. Por muy buenas negociadoras en que nos hayamos convertido Helena y yo, no hay indio que no intente vendernos un CD a precio de oro ni hotelero que no nos diga que por ser la capital Delhi tiene derecho a tener precios exorbitantes.

Por suerte en Delhi tenemos amigos y podemos atestiguar la gran calidad de las charlas y los debates de las y los indios. El señor Swarup en particular hace gala de su sensibilidad y su profunda convicción de la necesidad de una política pacifista y anticolonial en el mundo. Conoce toda Asia, es un viejo periodista crítico y es respetado por amigos y enemigos. Es el padre de nuestro amigo Manish que nos mostró sus fotos y nos preparo una cena digna de un cuento oriental.

Con Chiara tuvimos que pactar una vacación que fuera del agrado de las tres y que respetara la cortedad de su periodo vacacional. Toda la India no se conoce ni en un año, así que decidimos recorrer Rajastan. Optamos por rentar un carro. Pero ¿como manejar en este país donde se circula por la izquierda y las reglas no las respeta nadie? Mejor rentar un carro con chofer. Debíamos imaginarnos que eso significaría caer en las manos de un hombre (al parecer a las mujeres en India sólo se las divisa caminando con sus saris de colores por el campo o vestidas a la europea en las grandes oficinas, por el resto nadie sabe dónde las esconden) que decidiría nuestros hoteles, los restaurantes donde comeríamos y las tiendas donde comprar. En India los chóferes reciben una compensación monetaria por cada turista que lleva a cualquier sitio, de modo que lo que parece un consejo es en realidad una imposición. Tuvimos que pelear con el senor Rama porque “osamos” comprar en una tienda que no nos había recomendado él y la guerra se declaró sobre todos los frentes cuando decidimos escoger nuestros hoteles.

Rajastan es muy bello, un estado que se conformo después de la unificación e independencia de la India en 1947 de la unión de 22 principados independientes, regidos por mas de mil años por los rajputs, unos señores de mentalidad caballeresca -es decir asesina, misógina y guerrera. Tras la visita obligada de Agra (el Taj Majal es algo mas que una etapa para turistas, es una tumba donde se ve condensada la esencia, una de las esencias, de la belleza, si se quiere la esencia del poder que puede mandar construir la belleza), y del fuerte de Fatepur Sikri, nos adentramos en el corazón de esta tierra que nunca pudo unificarse porque sus señores cuando no tenían que pelear contra ningún invasor, se deleitaban haciéndose la guerra por los mas extraños motivos (la mano de un princesa, un carro de oro, el palanquín del elefante, la estatua de la diosa…).

Cada ciudad de Rajastan fue una capital, es decir un fuerte o un castillo fortificado donde la búsqueda del placer se mezclaba con la arrogancia del poder. Ahora bien el estilo de cada ciudad es diferente del de otra, así como el arte alemán no se parece al francés y el francés no se parece al español: eran realmente reinos independientes gobernados por personas de gustos diversos. Si la ciudad de Jaipur conserva al interior de sus muros callejuelas con aceras y casas con terrazas arboladas y su palacio está marcado por la pasión astronómica de los antepasados de sus actuales ocupantes, Pushkar es una ciudad sagrada en cuyo interior se levanta el lago donde Brama ofició los primeros ritos después de la creación del mundo.

Udepur es una ciudad antigua y viva de calle y palacios encalados que jamás fue conquistada ni por los musulmanes ni por los ingleses. Sus maharanas –y no simples marajas, por favor: estos son los descendientes de Rama y por lo tanto rey de reyes- siguen viviendo en el City Palace con sus caballos de orejas puntiagudas, sus rolls royce y sus sirvientes; en el laguito del jardín permitende vez en cuando el rodaje de algunas películas de James Bond (como todo los indios, recuerden que saben cobrar sus favores).

Ranakpur es un caso a parte. No es un ciudad, es un valle hermosamente cultivado, con un dique del siglo XVIII mandado construir por una marahani, en el centro del cual se eleva el templo más hermoso que hayan levantado jamás los Jains o Gens, un grupo de comerciantes hinduistas que en el siglo VI a.C. (el mismo periodo en que nació Buda), guiados por un profeta, decidió rebelarse contra la muerte de los animales, la mentira, el sistema de castas y la proliferación de las guerras. Los jains son todavía hoy en día el grupo religioso más respetado de la India, son totalmente vegetarianos y para no matar siquiera a un mosquito no comen de noche y, algunos, se tapan la boca con un pañuelo. Sus templos son de un barroquismo extraordinario, pero siempre contienen un error para que los arquitectos no cometan la blasfemia de intentar imitar la perfección de dios.

Jodpur es una ciudad brahmánica con el fuerte más poderoso que pueda imaginarse. Desde sus bastiones las antiguas callejuelas se muestran azules, es decir del color de la profundidad. Aunque el calor es infernal, la noche sobre las terrazas, si se tiene como nosotras la suerte de amar a la luna creciente, es de una belleza sin par.

Jaiselmer es la ciudad del desierto donde llegaban los camelleros de China para dirigirse a Persia. El calor es tan impresionante que con Helena, tendidas sobre esteras, en la inmovilidad del aire vimos como los pelos de nuestras piernas crecían a ritmo enfebrecido. En esta ciudad, si los señores sentían que iban a perder la guerra preparaban el sati (el sacrificio de las esposas sobre las piras funerarias del marido) de sus mujeres y de sus hijos menores y abrían la puerta del castillo para lanzarse a la muerte con la espada en la mano. Nadie debía sobrevivir a la derrota. Por suerte Jaiselmer estaba habitada también por comerciantes que lograron siempre que la ciudad se mantuviese en su esplendor. Eran los que desafiaban la vastedad del Thar, sus sequías, su belleza y pobreza sin par, de modo que con sus riquezas llenaron la ciudad donde descansaban sus hijos y esposas de haveli, es decir de palacios cincelados cuya elaboración se dejaba en mano de los arquitectos y escultores musulmanes. El Thar hoy es un desierto que las hábiles manos de las campesinas indias ha llenado de árboles semejantes a nuestros mesquites; verdes, fuertes y con sus raíces de 80 metros éstos retienen las dunas, frenan el viento y permiten que mijo y lentejas crezcan sobre las arenas.

Bikeneer es una ciudad pintada, pues sus príncipes decidieron apoyar el arte popular de toda la India dando refugio a los mejores pintores del sur. Es la puerta que cierra la primera parte del Thar para abrirse a una mayor vastedad, aun mas plana que la primera. Su palacio real, también fortificado, es el único que no esta en la cima de una colina sino en el medio de una llanura.

A pocas decenas de kilómetros, inicia la sucesión de pueblotes donde las caravanas de camellos de la vía de la seda dejaron por siglos el dinero suficiente para que muchos haveli se levantaran. Hoy casi todos están vacíos y se caen sobre sí mismos, mientras elegantísimos dromedarios de piernas muy largas jalan carretas de dos ruedas cargadas de todo tipo de mercancías.

Ahora bien, otra de las experiencias que no tienen nada que ver con las guerras, el comercio y el poder es nuevamente un templo. A unos treinta kilometros de Bikaneer, en un pueblo aparentemente cualquiera, se eleva el templo de las ratas, una extraordinaria construccion del siglo XVI, con puertas de plata y fachada de marmol blanco, labrado con las representaciones de los dioses mas importantes. En el centro un altar con la figura de Durga, una de las reicarnaciones de la esposa de Shiva, una diosa poderosa y guerrera; en medio del patio centenares de ratas negras que se corretean, pelean, deambulan. Según una leyenda Durga mandó reencarnar en el cuerpo de ratas las almas de los niños después de que el dios del cielo no quiso devolver a la vida el hijo de un arquitecto muy querido por la diosa. Enormes calderos reciben donaciones de nueces, dulces, harina para que las ratas coman veneradas como almas benditas. Igualmente grandes platos de cobre contienen el agua que en el desierto las bestias necesitan y en el techo una reja impide que las aves rapaces puedan cazarlas. Como en todos los templos hay que entrar a pie desclazos y ser tocados por una rata es simbolo de suerte, asi como divisar una rata blanca entre los centenares de negras. Muchas personas tocan con la boca la comida mordida por las ratas para garantizarse el alimento durante toda su vida. Helena se negó a venir. La sola vista de una rata le revuelve el estómago. Para mi ver como desde Bikaneer parte un camión cada hora para llevar a peregrinos que se hincan frente a las ratas y las alimentan y le piden su felicidad fue una experiencia muy impresionante. Era darse cuenta de la forma más simple que el principio de la vida, lo que muchos llaman dios, está presente en cada ser vivo, no importa que grado de valor le damos en nuestras jerarquias culturales. Un ser humano, una vaca, una rata o un simio comparten la imposibilidad de ser reconstruidos, su vida es única y debe ser salvaguardada en su divinidad. Me pareció una revelacion de la divinidad múltiple y diversificada que deberia llamar a la tolerancia y la paz, de modo que me impresionó encontrarla en medio de un territorio cuya historia esta determinada por las guerras y el sistema de castas. Como si se tratara de una supervivencia, un algo vivo capaz de rebrotar, de un sentimiento divino muy antiguo, quizá anterior a la invención de la guerra, la sumisión de las mujeres y la esclavitud. Con todo y el horror que las ratas me provocan, me encantó.

Por fin en la India

Odio la India: esta llena de gente. Francesca

Amo la India: esta llena de gente. Helena

La India: la panza de dos policias de caqui, bastón en la mano, sacudiéndose por los baches en una bicicleta. El tráfico de gente, riksho, vacas, bicicletas, coches y motos que pitan. La dedicacion a la vida y la muerte de los demás de quien atiende las casas de moribundos que desean morir en Varanasi para llegar directamente al Nirvana. Vendedores de comida, de pan, de brocatos, de sexo, de bicicletas, de cobre, de bendiciones. Castas que construyen con la exclusión de siempre la pobreza de siempre.

Los marajas ya no existen y sus palacios estan en ruinas o transformados en hoteles, sin embargo los ricos pueden comprar a la policía y los pobres son los culpables de cualquier delito

La tecnología es altísima, hay computadoras rotas en cada esquina Una música angelical o maldito ruido se escucha en demasiados lados.

Hay santos bajo cualquier paraguas, el problema es saber cuál es el bueno. Mientras tanto en los templos y en las mezquitas hay militares armados hasta los dientes para evitar bombazos

El Gange es realmente sagrado.

Qué tan lejos llegamos: las montañistas nepalíes

Pokhara, Nepal, 3 de septiembre de 2006.

Con sus treinta y seis lenguas habladas por 23.800.000 habitantes en 75 distritos, Nepal es uno de los países más pobres del mundo, a la vez que uno de los más diversos. Hinduista en un 70%, tiene también una importante población budista y algunos cristianos y musulmanes, lo cual explica por qué la prohibición de discriminar a las personas según las cuatro castas hinduistas, vigente desde los anos 1970, haya sido aceptada con agrado por la mayoría de la población. No obstante, las mujeres a través de las divisiones de clases, de casta y de religión sufren una discriminación en los ámbitos laboral, educativo y económico semejante a la que conocen las mujeres de todo el mundo, y las de las castas inferiores y las indígenas enfrentan graves desavenencias.

Según Lucky Chhetri, directora de Empowering Women of Nepal, las mujeres no necesitan simpatía sino oportunidades, ya que a todo mundo les caen bien esas madres, hermanas, esposas o hijas que se levantan a las cuatro de la mañana para abrir las ventanas y lustrar los zapatos de los hombres de su familia y cierran la puerta de noche tras haber trabajado todo el día en la casa, el campo y el patio. En pocas palabras, son siempre simpáticas quienes asumen enormes e indispensables responsabilidades para con la vida humana, pero eso no implica que sean reconocidas socialmente ni remuneradas.

Las mujeres nepalí son el 32% de las personas que saben leer y escribir en un país en que en analfabetismo atañe el 40% de la población, son el 42 por ciento de la fuerza de trabajo pero ganan un tercio menos que los hombres, son la mayoría absoluta de la cultivadoras directas, campesinas de las tierras de sus padres, maridos o hermanos. No es de extrañar que muchas de ellas, cuando en 1996 se inicio una rebelión armada dirigida por grupos maoístas, se sintieran atraídas por ellos, debido al trato igualitario que les brindaban y gracias a su promesa de “liberar a las mujeres nepalí”.

A principios de los anos 1990, Lucky Chhetri y sus hermanas decidieron organizarse para que las mujeres se desarrollaran mediante el apoyo y el trabajo de otras mujeres. En un país cuyo primer recurso es el turismo de alta montaña, fundaron el 3 Sisters Adventure Trekking Company y abrieron una casa de huéspedes en Pokhara, a los pies de la cordillera del Annapurna en el Himalaya. Decidieron brindar a las mujeres nepalíes de todas las castas la oportunidad de encontrar trabajo como guías de alta montaña, así como a las turistas de recibir el acompañamiento de otras mujeres, sin riesgos de acoso sexual o del maltrato relativo al descreimiento de los guías masculinos acerca de las capacidades físicas de las deportistas.

Durante los diez anos de guerra civil (1996-2006), las 3 Sisters Adventure Trekking Company y Empowering Women of Nepal actuaron como puente entre quienes las acusaban de ser explotadoras de las jóvenes de la región de Kaski, en la zona de Gandaki, y quienes las veían como peligrosas alebrestadoras de las costumbres ancestrales. Gracias a que en Nepal la policía y el ejército no han sido entrenados para considerar a la población civil como un posible enemigo interno, y por lo tanto no actúan brutalmente en su contra ni siquiera en las zonas de presencia guerrillera, las mujeres que recibían entrenamiento para guiar grupos en alta montanas, aprendiendo además nociones de primeros auxilios, ecoturismo, agricultura orgánica, historia y geografía, ingles, cultura y religión, pudieron dialogar con ellos, así como con los grupos maoístas, sirviendo en muchas ocasiones de puente para que se estableciera ese dialogo que, a la larga, derivó en el pacto que llevará a las y los nepalíes a las urnas el 26 de noviembre próximo para elegir su Asamblea Constituyente.

Ser guía de alta montana es desde 1993 un trabajo de mujeres también. Según las hermanas Chhetri, ninguna persona educada es débil, por lo tanto entrenar a una mujer para ser jefe de escalada, es mejor que orillarla a creer que para valerse a si misma necesita empuñar un arma.

En un país himalayo como Nepal, cuya dependencia de un turismo especifico es abrumadora, enseñar a una mujer cómo relacionarse con otras en un ámbito laboral especializado no sólo es brindarle la oportunidad de emprender un negocio, sino también de afirmarse y profundizar sus conocimientos. El esfuerzo que implica el entrenamiento de alta montaña no solo desmiente y ridiculiza la burla masculina acerca de la debilidad de las mujeres, sino que a ellas les comprueba que su debilidad sólo era fruto de la falta de educación y su pobreza, de un prejuicio sobre capacidades que ahora puede demostrar.

En la actualidad, el trabajo de preparación de las mujeres para el turismo emprendido por las tres hermanas Chhetri hace trece años se ha extendido desde Pokhara a 35 distritos de Nepal, convertido en una fuente de inspiración para muchas jóvenes y en un ejemplo de buenas prácticas laborales. De tal modo, la lucha contra la discriminación contra las mujeres se revela cual es: una forma de promover la justicia social. El centro de entrenamiento y las 3 Sisters Adventure Trekking Company emplean actualmente 30 mujeres de familias no privilegiadas, entre ellas Dalits (las así llamadas “intocables”) y preparan cada ano 25 mujeres para ser guías, directoras de campamentos y acompañantes de grupos. Además han impulsado las prácticas de la agricultura orgánica, de la organización para la salvaguarda ecológica, del turismo responsable, así como han impulsado una guardería de tiempo completo, con educación activa y personalizada, para las hijas e hijos de madres montanistas.