martes, 29 de mayo de 2007

La ceremonia del té de Confucio








































Frente al antiguo templo de Confucio en la Universidad Imperial de Pekín, llamado templo de la Literatura, abre sus puertas una casa de té exquisita, Eatea, que atiende a sus clientes según el ritual de la ceremonia del té de Confucio. Entre biombos y libreros, algunos sillones y pocas mesas acogen a los viajeros que quieren experimentar el placer de los tés más refinados, según una lenta y minuciosa ceremonia que implica el uso de un pincel para limpiar del polvo los bordes de la tetera, una tacita alargada para oler y una tacita redonda para beber, unas pinzas para darles vuelta después de calentarlas con el agua hirviendo, un palillo con la punta achatada para remover las hojas del té y un pequeño embudo.

Las hojas del té son lavadas en una taza de porcelana con tapa. El agua se tira y se deja fluir sobre la bandeja de madera del árbol del té, que tiene un doble fondo para recogerla. Se vierte más agua caliente sobre las hojas en la taza de porcelana, cuya tapa sirve de filtro a la hora
de vaciar el té en la tetera. El té se sirve en la tacita para oler, llamada también taza de la luna, y ésta se cubre con la taza del sol, que es la redonda. Se da la vuelta a ambas tazas con dos dedos.
Entonces es un placer oler la taza de la luna y acercársela a los ojos para que el vapor los purifique. La cerámica es tan fina que deja traslucir la luz, muy tenue, de la sala. El té se bebe tomando la taza redonda con los dedos pulgar y medio y se vacía, siempre, en tres sorbos.
Se acopaña el té con unas naranjas chinas confitadas, deliciosas porque no son muy dulces y mantienen su sabor a pesar de que en su preparación pierden la amargura. Además, pueden escogerse unos pastelillos de almendras, ajonjolí o moras, que se calientan antes de servirse y se
toman de bandejas de bambú de varios pisos.

Cuando se cambian las hojas del té, se vuelven a lavar en una taza de porcelana limpia. Y el ritual reinicia. Ahora sí, sin pasteles.

El Templo del Lama o el pabellón de Yong He Gong












































El templo del Lama o pabellón de Yong He Gong


Apenas llegamos a China, unos amigos nos dijeron que éste no es un país laico sino abiertamente ateo. La verdad es que los chinos parecen ser muy supersticiosos para creerlo, pero hasta hoy, cuando entramos en el lamasterio fundado por Yon He Gong en el siglo XVII, no teníamos porque desmentir sus palabras. En este conjunto de templos de Budas tibetanos, atendidos por monjes, pero abierto al público como unos más de los inumerables monumentos históricos de Beijing, cientos de chinas y chinos llegan a quemar incienso y rendirle tributos a unas divinidades que remiten a la misericordia y a la compasión. Una paz y un respeto infinito se perciben en el recinto, contagiando a los turistas.

Durante la Revolución Cultural, de 1966 a 1976, el monasterio de los lamas tuvo que ser protegido por la guardia personal de Zhou enlai. Hoy es un lugar de culto y de silencio.
Alrededor del templo de Yong He Gong, pequeñas tiendas, rikshos y casas de té se ofrecen a todos los visitantes. La música de instrumentos antiguos, el olor del incienso quemado, los gestos sosegados y las voces bajas de vendedores y transeuntes vuelven a todo el barrio un lugar
de paz poco creible, a apenas unos metros del segundo periférico construidos por Mao dzedong tirando las antiguas murallas de la ciudad.

PS ¿Sabían que gong significa armonía y no tambor?