miércoles, 30 de mayo de 2007

1 de junio. De la ciudad, los palacios y las universidades

Hoy deberíamos dejar Beijing, pero como dice Edgardo Bermejo su ritmo demencial nos ha atrapado. Beijing se parece mucho más al DF de lo que la puntualidad China deja entrever. Me encontraré con una amiga de Nacho Decerega que vive aquí hace siete años y traduce literatura, Mónica Ching Hernández. Parece que es la mexicana que mejor habla chino. Mañana, sí: ¿mañana lograremos irnos después de visitar la Federación China de mujeres?

Ayer, la charla sobre la literatura escrita por las mujeres latinoamericanas en la Universidad de Bettá (creo que se escribe así), la principal de Beijing, fue extraordinaria. Las y los estudiantes (unos 80, atentísimos), escucharon la plática tomando apuntes y a la hora de las preguntas
demostraron que las jerarquías en la cultura china son absolutas. Tomaron la palabra principalmente los hombres de los de los cursos superiores, las mujeres esperaban que
terminaran ellos para hacer preguntas y externar sus opiniones, los de los cursos iniciales se disculparon por su atrevimiento antes de decir algo. Si un/a profesor/a levantaba la mano se callaban. A pesar de su ceremonial de precedencias, según todos mis colegas las y los estudiantes estaban muy sacudidos por lo que acababan de escuchar. Era la primera vez que alguien les pedía que dieran sus opiniones y los escuchaba con atención (eso es algo que agradezco enormemente haber aprendido a hacer en el feminismos y haber aplicado en la UACM). Además era la primera vez que se les decía que lo que dicen las mujeres conforma el pensamiento de la humanidad, que el discurso de los hombres es parcial y no universal.

Cuando salimos a los parques de esta universidad, nos dimos cuenta que es una de las más bellas del mundo. Antes de la revolución, eran los jardines de la casa de campo de un príncipe. Tiene laguitos, pagodas, pabellones y, obviamente, unas construcciones modernas con los dormitorios, restaurantes y cafetería para profesores y estudiantes. Además de Bettá, que es la “mejor” universidad de Beijing, es decir aquella donde es más difícil entrar por el examen de selección, en Beijing existen otras 70 universidades públicas de diversos niveles, y 30 universidades privadas. Son relativamente caras para la mayoría de los chinos, que ahorran desde el nacimiento de sus hija/os para darles estudios universitarios. Entre la colegiatura, el dormitorio (todos los estudiantes residen en las universidades) y las comidas una universidad cuesta
cerca de 2000 dólares anuales, es decir dos meses de sueldo para la clase media. Los nuevos millonarios no tienen problemas, pero los más pobres, cuyos hijos no alcanzan una beca no pueden hacerlos estudiar por mucho que sean muy brillantes. Y eso que el gobierno se sigue
llamando comunista.

En China, las universidades casi no registran deserción escolar. La sociedad es muy demandante con las y los estudiantes y éstos valoran enormemente el esfuerzo de sus familias, amén de que no quieren deshonrarse dejando a media sus carreras o demostrando una duda sobre sus
elecciones. El departamento de español y portugués nos invitó a almorzar en el restaurante universitario. Comimos delicioso, lo cual en China es común. Aquí la cocina es variadísima, a base de verduras, cereales (el elote con piñones y una salsa de soya dulce-salada es un poema para
el paladar), de carnes variadísima (comen cualquier cosa se mueva: alacranes, pulpos, tarántulas, y obviamente gansos, pollos y reses), de frituras muy ligeras y, según la tradición de Beijing, sabrosamente enchiladas. Durante la comida, la decana del departamento y especialista en poesía española, Wrang Jun, casi me llevaba a la boca los trozos más escogidos de comida. Es una tradición de la hospitalidad china. Así como brindar intentando chocar el fondo del vaso, para demostrar que el huésped es más que tú. Como ni yo ni Helena lo sabíamos chocábamos el vaso por el centro, lo cual les agradaba mucho a nuestros anfitriones porque no debían pelear con nosotras el honor de reconocernos como muy importante tocando el vaso en la
parte inferior.

Un poco a parte de la charla general, la decana me dijo que las mujeres en China tienen todas las igualdades del mundo: iguales salarios, iguales accesos a las universidades, protección policíaca contra la violencia y lugares de trabajo garantizados, pero que no son valoradas por las
familias que prefieren tener hijos varones. Por ello, muchas mujeres empresarias y de los sectores más elevados escogen no tener hijos; su trabajo las satisface más que reproducir un orden que las excluye. Pero en el campo y entre los sectores más tradicionales, muchos padres
desafían la obligación de traer al mundo un solo hijo: pagan la multa por un segundo embarazo, pero si se enteran que el feto es femenino obligan a sus esposas a abortarlo.

Ahora bien, es necesario recodar que en China es el hijo varón quien se hace cargo de los padres cuando envejecen y tienen la obligación de cuidar de la familia. Por ello, es más fácil que una china se case con un extranjero que lo haga un hombre. Ellos no podrían irse. Y como son muy
prácticos, entonces no se enamoran. En China no existen las sobremesas. Se come platicando
animadamente, luego todo mundo se levanta y se va. Así nosotras de repente nos quedamos solas en el restaurante. Y con los padres mexicanos de la muy tlaxcalteca y poeta Isolda Dosamantes (que como profesora de español en Beijing fue nuestra anfitriona y guía durante toda la tarde y parte de la noche) decidimos irnos a visitar el Palacio de Verano, construido en 1773 al norte de Beijing.

Nos esperábamos una maravilla, pero el jardín de 20 kilómetros cuadrados, las pagodas del Budda, el barco de piedra de la emperadora Cixi (la madre del último emperador: una especie de gorda engreída que prefirió arrastrar el país a la destrucción de las fuerzas invasoras en 1886, en 1900 y en 1911 que renunciar al lujo con que manejó su poder personal), los corredores cuyos
techos se elevaban por puntos en la representación de todos los exagramas del i Ching, la escultura del búfalo que desafía las aguas, los puentes de piedra y arcos de media luna, el lago copiado de un lugar de China que se considera el paraíso en la tierra, la colina de la
longevidad construida con la tierra removida al escarbar el fondo del lago nos dejaron sin palabras. Paseamos durante cuatro horas por los jardines del Palacio de Verano, y no
alcanzamos a verlos todos. Luego, según esa forma tan mexicana de viajar que implica
comer todo lo que se puede, como si la curiosidad fuera un asunto de papilas gustativas, volvimos a ir a un restaurante. Era la primera vez que Helena y yo comíamos y
cenábamos en un mismo día, por suerte los platillos de la minoría étnica Dai (o tai), del sur de China (provincia de Yunnan) no sólo son deliciosos, sino también ligeros: arroz con piña, una forma de tepache fresquísimo, plátanos fritos, bolitas de papa, brotes de bambú, papaya
verde en tiras, soya germinada; para los carnívoros, pocas carnes sazonadas (y según ellos deliciosas: yo he decidido que nunca más mataré o permitiré que maten a un animal
para comérmelo: la carne realmente no es necesaria).

Para que no nos devorara el tráfico de las 8 de la noche, que en las horas pico es espantoso, primero nos tomamos un café (que costó tanto como la comida, pues el café aquí es un lujo extranjerizante) y luego nos metimos en unas tienditas de ropa. Si algo es desgastante en China es que hay que regatearlo todo. Entre el precio inicial y el final a veces existe una diferencia del 500%, aunque por lo general no pasa del 100%: te piden 200 yuanes y cuando después de media hora logras pagar 100, de todas formas lograron su negocio. La primera vez es divertido. Te pruebas algo, pides cuánto cuesta, dices que no, sacan la calculadora, borras su precio y pones el tuyo, te vas, te llaman, te dicen que eres una abusadora y finalmente te venden. A la quinta vez que haces eso con la comida, los calcetines, el precio del hotel, el teléfono celular (tuvimos que comprar uno, no hay teléfonos públicos), la botella de agua, estás hasta el gorro. A Helena, además, al principio le daba vergüenza (ahora parece más turca que yo).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

QUE ERMOSO VIAJE ESTAN HACIENDO. SEGUIRE PASO A PASO SUS COMENTAIROS. YO TAMBIEN SUELO VIAJAR MUCHO, SOY AJENTE VIAJERO, REPRESENTO A UNA COMPAÑIA DE ALIMENTOS CONJELADOS.
ADMIRO SU INTELECTUALIDAD.

WALDEMAR

Anónimo dijo...

.........lo turca lo trae,siendo chilaga_zapoteca_ciciliana....pufffffffff bueno el caso es que,la regteda se trae en la venas,NO?hermaniuxxx ya estoy leyendote.besos