domingo, 24 de junio de 2007

LAS MUJERES EN LA CHINA SOCIALISTA DE MERCADO

Beijing, 20 de junio de 2007. ¿Son las mujeres chinas la mitad del cielo en la tierra, como decían enfáticamente los comunistas del mundo entero hace tan sólo unos treinta años? ¿Es posible modificar tradiciones patriarcales mediante un cambio económico? ¿El retorno a una economía de mercado revierte las mejoras en la vida de las mujeres en una sociedad tradicional de tipo familista?

Preguntas de este tipo se las formulan la mayoría de las mujeres que estudian la China actual y no son fáciles de contestar. Las diferencias entre los saberes de las mujeres y los roles sexuales en las sociedades deben ser analizadas con respeto, so pena de hacer de los principios del feminismo una expresión más del imperialismo cultural de Occidente. Comparar las mujeres chinas con las europeas, las americanas y las australianas puede ser tan arriesgado como comparar China con México o el taoismo con el cristianismo.

Más allá de los estereotipos históricos construidos sobre imágenes del pasado –las mujeres de pies vendados de la dinastía Qing o las campesinas comunistas vestidas iguales-, las chinas contemporáneas ilustran hoy muchos aspectos de una sociedad sacudida por las reformas socioeconómicas que la República Popular China ha propiciado después de la muerte de Mao en 1976. En particular, la despolitización de la cultura ha implicado entre las mujeres cierto rechazo del feminismo, que visualizan como una expresión ideologizada del deber ser de las mujeres comunistas, una pieza del aparato de propaganda del Partido Comunista Chino o, más profundamente, un sistema para impulsar la pérdida de feminidad de las mujeres y, por lo tanto, como dice la escritora Zhang Jie, para no reconocer el humanismo propio de las mujeres en su afán de vivir el amor y el arte fuera de los límites del matrimonio y de las éticas sociales de las convenciones tradicionales.

Como Zhang Jie -hija de una maestra de primaria de origen manchú que vivió cuatro años de destierro en el campo durante la Revolución Cultural y autora de novelas muy valoradas por la crítica europea como Leaden wings (Alas conductoras, 1980), Love must not be forgotten (El amor no debe ser olvidado, 1979) y The ark (El arco, 1981), un gran número de mujeres escritoras recogen reivindicaciones de una individualidad femenina que lucha a la vez contra la tradición autoritaria china y el igualitarismo social heredado del periodo maoísta, y rechazan el apelativo de feministas.
Según la sinóloga española Tatiana Fisac, la sociedad china se mueve hoy entre la fascinación por los Estados Unidos, a quien identifica como representante unívoco de la cultura occidental, y el odio por lo que ese país representa en el mundo. A la vez, según Cyril Lin, la aspiración a un modelo de desarrollo propio coherente con un supuesto “carácter nacional” chino y la consideración de una “legítima” posición de este subcontinente de Asia del este en la vanguardia de los países más avanzados del mundo, actúan poderosamente para identificar el éxito económico con la modernidad.

Las mujeres, cuyos derechos fueron igualados a los de los hombres por la República Popular China en sus años revolucionarios, están hoy buscando una expresión de su sentir, mientras presencian la erosión de algunos de los logros alcanzados durante el periodo maoísta. La venta de mujeres jóvenes al mercado matrimonial, sexual y laboral y el infanticidio o abandono femeninos (la casi totalidad de los infantes recogidos en orfanatos estatales son niñas, según pueden atestiguar las casas de adopción en diferentes partes del mundo) han reaparecido como resultado de las políticas del “hijo único” y por la pérdida de un discurso de valoración positiva de las mujeres. En la mayoría de las familias chinas el nacimiento de un varón es preferido al de una niña, al punto que sus oportunidades de sobrevivencia en los primeros años son mayores, así como es mejor la educación que se le proporcionará (los estudios se han vuelto muy caros en China, y las familias ahorran para la escuela desde que planean el nacimiento de un hijo). Y eso a pesar de que tanto entre los 800 millones de campesinos como entre los 400 millones de la población urbana, el trabajo de las mujeres y los hombres contribuye al presupuesto familiar, aunque de forma desigual (las oportunidades de un trabajo bien remunerado son menores para las mujeres).

Antes de la Revolución Cultural (1966-76), que algunos hoy llaman periodo de fascismo de izquierda, el 93% de las mujeres era analfabeta, contra el 55% de los hombres; hoy el analfabetismo entre la población en edad escolar ha caído al 7.7% para las mujeres y al 2.9% para los muchachos, aunque sea un problema fundamentalmente rural, prácticamente inexistente en ambos sexos en las ciudades. No obstante, las desigualdades son agudas en la educación superior, donde la proporción de mujeres en las universidades es del 33%, y a nivel de doctorado sólo del 16.5%. Entre los factores que explican la menor presencia femenina en la educación está la mayor disposición de los progenitores a sacrificarse para un varón que permanecerá en la familia, que para una mujer que abandonará el hogar al casarse. Igualmente los padres están concientes de que las mujeres tienen menos oportunidades en el mercado de trabajo que los hombres para un mismo nivel educativo. Y piensan, en consecuencia, de que no merece la pena invertir en su educación secundaria y universitaria (cuando no piensan directamente que una licenciatura dificulta el acceso de una mujer al matrimonio). Paralelamente, entre los educadores es muy extendida la creencia que las mujeres tienen una inteligencia menos viva que sus compañeros, y que si sacan mejores notas en los exámenes de admisión es sólo por su mayor habilidad para aprender de memoria. En los años 1980, algunas universidades llegaron a plantear que, dado que es más difícil encontrar trabajo para las licenciadas, lo mejor era no admitirlas. Hoy la suposición que las mujeres son más hábiles pero menos capaces intelectualmente que los estudiantes hombres, lleva a algunas instituciones –sobre todo a las que están en la cima de una estricta jerarquía de calidad universitaria- a exigir mejores notas a las mujeres en los exámenes de admisión. Aun muchas estudiantes creen que las universidades son espacios para la inteligencia masculina y que ellas están ahí en calidad de “prestadas” o “arrimadas”, pero que no constituyen su alma.

Las mujeres tienen una escasa representación en la arena política china. La tradición de origen confuciano de lo impropio de que una mujer dirija el gobierno de una comunidad –misma que excluyó a las mujeres del derecho a presentar exámenes imperiales-, explica en parte la escasa presencia femenina en política aun durante los años que ésta se fomentó abiertamente (nunca pasó del 10%); pero el actual descenso de la representación femenina en los puestos relevantes debe atribuirse, según Woman-Work: Women and the Party in revolutionary China de Delia Davin, a una disminución de la intensidad del cuestionamiento de los estereotipos tradicionales de género después de 1978.

En el ámbito del trabajo, paradójicamente, la situación de las mujeres es mejor en el sector privado que en el público, donde algunos funcionarios han llegado a plantear que la solución para el problema del grave desempleo en China podría ser el regreso femenino a las labores domésticas. Las mujeres son muy activas en los pequeños negocios familiares, en el comercio y en el ámbito de los servicios. A menudo las compañías prefieren las mujeres para los trabajos de oficina y las actividades vinculadas con las empresas extranjeras; sin embargo, es en las cooperativas y en la producción de bienes industriales ligeros donde se ha proporcionado mayor empleo a las mujeres.

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