jueves, 7 de junio de 2007

Perder el tren y descubrir problemas

Perdimos nuestro primer tren chino. La verdad es que llegamos al andén con 14 minutos de atraso y la puntualidad china es cuestión de disciplina confuciana. El policía que nos bloqueó el paso, miró nuestros boletos y luego nuestras caras como si estuviéramos locas: ¿cómo se nos ocurrió pensar que un tren pudiera tener semejante retraso? Casi nos pusimos a llorar. Obtener los boletos ayer nos costó buscarlos durante toda la tarde. Además quien cree que la Estación Central de Beijing es enorme es porque todavía no conoce la estación del Oeste, frente a cuyas dos torres y debajo de los puentes peatonales cientos de chinos están sentados esperando el tren, la vida, la salvación, las langostas.

El demonio de taxista se tardó más de una hora en llegar. Luego, pedir informes estuvo en chino. Nadie podía decirnos por dónde salía el tren a Datong. Los caracteres de la tabla de información estaban en chino. Probablemente, debido a nuestra pronunciación los funcionarios del ferrocarril ni entendían a qué ciudad queríamos llegar. Sólo gracias a los alegatos de Mónica Ching Hernández, nuestra brillante amiga y traductora del chino literario al español, introductora de un taller de traducción entre los escritores de Beijing, logramos cambiar los boletos para las 3 de la tarde.

Decidimos entonces pasar una mañana de cuento. Es decir, irnos al jardín que según la tradición inspiró a Csao Xue Qin para escribir Daquan, “El jardín de la vista sublime”, la primera novela moderna de China. En la época que iba de la dinastía Ming a la Qing, a principios del siglo XVII, trató el amor como un tema válido para la alta literatura y no sólo para las comedias populares de tintes vulgares. Junto con el amor imposible de un protagonista bisexual, amanerado, renuente a la cultura de los exámenes imperiales, gran poeta por su prima más refinada, conocida desde vidas anteriores, Csao Xue Qin reflexionó sobre lo que es la profundidad del ser, la libertad del artista, la decadencia, el deber, la poesía, el saber.

Lo sabíamos casi todo, menos que el 1 de junio es el día del niño en China y que los laguitos, los jardines de piedra –llamados también falsas montañas-, pabellones y el museo estarían a reventar de niñas y niños acompañados por sus abuelas y madres. La estridente y melódica –no es un oximeron, es lo que me parecen a mí que soy una ignorante de la música las composiciones chinas- música de los Erhu, unos violines tradicionales de dos cuerdas, estaba sofocada por los gritos de escuincles consentidos en el día del año en que nadie les niega nada.

Ahora sí, desde las dos estuvimos en la sala de espera para subir al tren. Luego descubrimos que los trenes chinos, además de puntuales, son limpios, rápidos y cómodos. Tienen literas de segunda y de primera, sillones, vagón restaurante. Cruzamos la provincia de Beijing con sus fábricas de todo tipo, luego las minas de carbón del estado de Hebei y finalmente llegamos a ver nuestros primeros rebaños de cabras, carretas jaladas por burros o caballos, campos hundidos de arroz. En los últimos veinte años se ha intentado reforestar China después de que la revolución cultural aunada al desarrollismo industrial arrasaron con bosques milenarios. Cientos de árboles jóvenes están plantados para servir de rompevientos y para atraer el agua del cielo. La provincia de las montañas del oeste, que eso significa Shanxi, es hermosa y profundamente budista.

Nomás al llegar al hotel nos dimos cuenta que nuestras visas se nos están agotando y que si queremos ir a Mongolia deberemos salir de China antes del 22 de junio, y volver antes del 27 de julio y luego pedir una prolongación de la visa. Además fuera de un hotel de la zona internacional de Beijing, el aeropuerto y un banco de la zona rusa de Beijing cambiar dinero, sean dólares o euros, es sumamente difícil y, una vez pagado el hotel de Dantong, nos hemos quedado con 150 yuanes.

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