Cuando cruzamos de las tierras de pastoricia kasaja a la mongola, de la minoría Dorvod, encontramos a un gran Ovoo donde nos detenemos a agradecer a la Madre Tierra. Poco después, llegamos a la ger de la madre y el padre de Bairdag. Helena me dice al oído que no se necesita una gran capacidad de observación para darse cuenta de quien es la persona de respeto aquí. El padre de Bairdag es un simpático señor que nos ofrece su botella de tabaco para aspirar y té caliente y abraza a su hijo, mientras su esposa, en el centro del gran tapete, debajo del altar familiar, escucha atentamente a una mujer con su hija que vinieron de muy lejos para obtener un consejo. Fuera de la ger esperan otros grupos de personas, hombres con sus caballos, una familia con un gran coche nuevo. La señora los hará pasar mientras su hijo y su esposo son circundados de amigas de su esposa que los ayudan en la cocina, la limpieza, el cuidado de la lana, la ordeña. La ger huele a incienso, la paz circunda el vallecito en el que está emplazada.
Uuvs Nuur: el segundo lago de Asia es salado y sólo tiene en su sima
El microclima mediterráneo que crea este lago enorme, alrededor del cual corren grandes rebaños de borregos y ágiles camellos de jorobas erguidas, permite que otros laguitos rodeados de semidesierto se extiendan por las montañas rumbo al desierto de dunas de arena ubicado más al norte en el mundo: Altan els.
Entre las montañas que encierran un valle verde, de matas duras y espinudas, con una hierba larga y cortante y espigas de algún cereal no doméstico, y las altas montañas que marcan la frontera con Rusia, se extienden por
En invierno y hasta abril varias familias nómadas llevan a sus borregos y camellos a protegerse del frío entre sus hondonadas. La hierba es escasa, pero la nieve proporciona el agua para la sobrevivencia.
En verano las dunas están moteadas de matas de hierba cortante.
Hay águilas, conejos, liebres, cabras de monte y algunas bandas de lobos.
Algunas hondonadas tienen una base de piedras sobrepuestas y sus dunas son más permanentes que las otras, de modo que en verano, cuando las arenas se secan, se mueven menos con el viento. En estas hondonadas se concentran la hiera, los arbustos espinudos de largas hojas aceitunadas y una que otra mata de una caña alta, verde y hueca; sin embargo, en la superficie nunca hay agua.
En la parte central de las dunas se pierde la dimensión de la profundidad. Espacios que se divisan a lo lejos como las montañas, se pierden de vista al ir hacia ellos. Igualmente, árboles o animales que parecen muy cercanos porque se pueden ver de una colina a otra en todos sus detalles resultan estar muy lejos. El aire es tan transparente como tramposo. Las voces se oyen por varios cientos de metros, pero las personas se achican y se pierden de vista. A apenas cuatro dunas de distancia, fatigaba en reconocer el lugar donde Helena se había quedado dibujando, aunque la oía cantar.
Los israelíes se quedaron en el carro bebiendo whisky y diciendo estupideces acerca de los poco que les gustan los desiertos que son buenos sólo para los “mustafás”. Por suerte pronto podremos encontrarnos con un autobús de línea y separarnos de ellos, aunque con Bairdag nos hemos encariñado bastante y nos dolerá saludarlo. Con Helena platicamos acerca del hecho que nuestros compañeros de ruta parecen no haber crecido a pesar de que son fuertes como troncos y testarudos como adultos. Helena dice que la culpa la tiene el servicio militar. Creo que tiene razón: tres años alejados de la vida cotidiana, teniendo que obedecer –que es la forma de nunca aprender a tomar decisiones-, con jefes que les dicen a la vez que su deber el una tarea común pero que los impulsan como si debieran demostrar que son superhéroes, les impidieron madurar. Ahora estos muchachos de 22 y 23 años son como adolescentes que mezclan las ganas de romper todas las reglas con una fea sensación militar de superioridad con respecto a los demás seres humanos. Son crédulos en las voces de la guía que han comprado, tanto como mandones e ignorantes como héroes bobos.
Helena se siente mal. Ha vomitado repetidamente durante la noche y por la mañana la sacuden unos ataques de diarrea y dolor de estómago. Le digo que es su oportunidad de sacarse de encima toda la mierda que no quiere recordar y mantener en su cuerpo. Sacude afirmativamente su cabecita, pero no sonríe. Voy a vomitar las elecciones robadas por Calderón, me dice. A las tres horas estamos en el hospital de Tes, un pueblo de 70 casas de palos de madera y bajareque donde los nómadas se dirigen cuando se enferman. Una doctora de cara redonda como la luna acaricia la frente de Helena mientras le pone suero por las venas: estaba completamente deshidratada por segunda vez en su vida.
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