Las mujeres mogolas constituyen el 51 por ciento de la población de un país que, al reunir trece etnias, suma 3.700.000 habitantes, el cincuenta por ciento de los cuales son pastores nómadas. La altísima tasa de alfabetización de Mongolia (el 97% de sus habitantes sabe leer y escribir, y ha cursado el ciclo primario y secundario de la escuela, que es gratuita y cuenta con residencias para las hijas e hijos de las familias nómadas) impulsa a dos mujeres por cada hombre a inscribirse en la Universidad Nacional de Mongolia, o en universidades de menor calidad tanto públicas como privadas.
Las madres de familia impulsan que sus hijas estudien aunque eso les signifique una merma en los apoyos a sus agotadoras labores domésticas (preparación de los alimentos para el día y para el largo invierno, costura, trabajos derivados del pastoreo como la ordeña, la preparación de yogurt, la mantequilla y el queso, manufactura de algunos implementos para el trabajo como la fabricación de cuerdas de crin de caballo o camello, el curtido de las pieles de los animales sacrificados, el tejido de cobijas de lana, la fabricación de pequeños muebles y, desde 1990, las actividades relativas a la atención de los turistas y visitantes). La idea es que si una mujer instruida se casa con un hombre que resulta alcohólico tiene los conocimientos suficientes para salir adelante. Puede dejarlo e irse con sus hijas e hijos a la ciudad, donde conseguirá un trabajo menos ligado al necesario complemento masculino a sus labores tradicionales.
Esta mezcla de lo ancestral, aparentemente eterno de su cultura, con conceptos prácticos es común en Mongolia. Por ejemplo, la mayoría de los hombres deja los estudios alrededor de los 17 años porque se queda al cuidado de los hatos de ganado. Según las zonas, yaks y vacas, cabras y borregos o camellos y caballos les son regalados o confiados por su padre. En un principio, tienen un precio equivalente al que una familia invierte en la educación universitaria de las mujeres. Sin embargo, con el tiempo y dependiendo de la habilidad del muchacho, pueden convertirse en verdaderos capitales, lo que no siempre sucede con los conocimientos adquiridos en la escuela.
En la actualidad, Mongolia está sufriendo cambios drásticos. En
Las ayudas financieras responden por lo general a patrones de culturas occidentales muy marcadas por una división de géneros que favorece a los hombres. Por ejemplo, se otorgan al “jefe de la familia”, concepto inexistente en la cultura de las etnias mogolas (aunque sí entre los kazajos del occidente del país) donde mujeres y hombres son copartícipes de la economía, el reconocimiento social y la crianza de los hijos, y donde prácticamente no se usan apellidos, estando así libres de esa marca de valoración de la descendencia según el predominio del linaje masculino o femenino (la elección de un apellido es uno de los requisitos de la nueva economía de mercado urbana, y el gobierno tiende a estimular que éste sea el nombre del clan paterno, que muchos mongoles desconocen). La mayor parte de las “ayudas” internacionales son innecesarias en un país donde la vida de trabajo es muy dura pero la pobreza no es una realidad entre los nómadas. Parecen responder, más bien, a la creación de necesidades que sólo pueden satisfacerse con dinero (alcohol, televisiones, juguetes de plástico) y al afán de la cúpula en el poder de quitarle valor a la vida nomádica, para asentar a las y los mongoles en ciudades en rápido crecimiento donde la pobreza crece a la par que la generación de grandes riquezas para un pequeño número de personas. En efecto, indigencia y violencia de género, problemas de vivienda, bajos salarios, desempleo y alcoholismo acosan a los nómadas asentados en Ulaan Baatar.
El alcoholismo es uno de los principales problemas de salud entre la población masculina y el único detonante, muy criticado por los hombres y las mujeres en el campo, de la violencia contra las mujeres. En las calles de Ulaan Baatar, con una población de un millón de habitantes desproporcionadamente femenina, la violencia callejera está muy ligada al fenómeno. Los hombres se pretenden necesarios para mujeres que viven solas y abusan de su fuerza para retenerlas a su lado o hacerse acompañar en sus actividades. Cuando una mujer se niega a ello, los golpes pueden ser una consecuencia visible aun en plena calle.
Fuertemente ligadas a la indispensabilidad del trabajo femenino y el masculino para la sobrevivencia humana, las prácticas así como los cuentos fundadores cosmogónicos y civilizadores de Mongolia otorgan a la pareja heterosexual un rol de organizadora del mundo, de modo que las mujeres representan la parte sabia y los hombres la parte fuerte de un devenir que necesita ambas cualidades. Dada esta visión dual y no individual de la realidad y sus consecuentes condicionamientos culturales, la cuarentena de lesbianas y gays asumidos de Mongolia son absolutamente incomprendidos y marginados. Su falta de deseo por el otro es vista por la sociedad mogola como una incapacidad de relación con la realidad humana y la marginación que sufren es una consecuencia directa de lo que se visualiza como una falla en la cooperación con el orden del mundo. Además, y a pesar de la relación reverente con una Madre Tierra que se manifiesta también en el culto a rocas con aberturas como vaginas protectoras y benevolentes, en Mongolia hay también una valoración muy positiva del vigor fálico, de la fuerza que se considera inherentemente masculina y se representa en esculturas en forma de penes –cortados o no-, considerados dadores de fuerza y vigor.
Esta división cultural de la complementariedad sexual se manifiesta aun en los trabajos “modernos”. Por ejemplo, en la rama del turismo todas las intérpretes y guías son mujeres, pero los chóferes son hombres (sólo hay pocas taxistas en Ulaan Baatar). En los deportes tradicionales, en particular los que se efectúan para el festival del Naadam (algo así como la “asamblea” de los nómadas en verano que, durante el régimen comunista, se convirtió en fiesta “nacional”), aunque las niñas de
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