martes, 4 de septiembre de 2007

Desde el Annapurna

Empezamos a subir hacia el Annapurna Sur hace tres días. Mala suerte: no había visibilidad, pero con Helena nos dimos valor: mañana el tiempo nos permitirá sacar fotos de la cordillera del Annapurna para nuestro Fito que quiere venir a escalar el Himalaya. Llegar al campo base nos debería llevar siete días y el regreso, tres. Pero ayer empezó a llover y a llover y a llover. ¿Alguien puede imaginarse un torrente que cae desde el cielo? Pues ésa es la cola del monzón fuera de tiempo que nos agarró. Hasta los búfalos de agua, que han sustituido a los yaks en esta cordillera caliente y húmeda, se resguardan de la lluvia. Los lich, unas diminutas sanguijuelas que crecen como gusanos cuando llegan a atacarse de nuestros tobillos y dejan un rastro de sangre en la piel y la ropa, se han multiplicado y nos atacan cada vez que damos dos pasos. Por suerte ni tienen veneno ni transmiten enfermedades.
Ensopadas como vegetales cocidos, ayer encontramos refugio en una destilería de alta montaña. Una señora hervía en dos cazos de cobre una mezcla de sorgo y arroz negro (milet) fermentada, cuyo vapor cae en una olla al centro del cazo mismo. El sabor no es fantástico, pero es un sano licor sin químicos que nos calentó bastante. Durante toda la noche escuchamos la lluvia sobre el techo de palma, el agua se metía por el piso de tierra batida y la oscuridad era completa. A los nepalíes, que son una gente muy dulce, atenta y generosa, les damos una mezcla de curiosidad y pena. Nos ofrecen comida y cobijas, que nos cobran sin exagerar. A mí, con la humedad se me han despertado todos mis achaques: la nariz tapada, el dolor en el anca izquierda, el tobillo torcido. Helena ama este país, su gente sonriente, las mujeres de sari rojo, la bulla de las fiestas hinduistas, los grandes ojos negros rodeados de profundas ojeras, la humedad, el calor, el verde, pero yo extraño enormemente mi vacía y desértica Mongolia, el silencio frío de Tibet, las noches de cielo estrellado.
¿Que hacer? Seguirle es imposible, tanto como volver a Pokhara. Así que por la mañana nos metimos en dos bolsas de plástico verde y caminamos otros veinte minutos hacia arriba. Ya sabemos reconocer la mordedura de los lich así que nos los quitamos a tiempo. Caminando en el medio de nubes que hacen que el aire parezca agua, de forma casi milagrosa, nos encontramos en una de las casas de etapa para llegar al campamento base del Annapurna Sur un internet satelital. ¿Por qué no mandarles entonces nuestros augurios de cumpleaños a todos nuestros virgos bienamados? Feliz cumpleaños para Edoardo, que ha de estar por cosechar sus uvas en Toscana, y a mi Melissa que hemos extrañado cada día durante este viaje que hubiéramos debido hacer juntas, y aún a mi bello hermano Federico, aunque falten unos días y esperamos haber llegado a un teléfono para entonces.

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