Nanjing I
Como el ocultamiento de la masacre de los armenios por los turcos o los intentos de negar el holocausto de los judíos en Europa, la política de exterminio y los experimentos sobre humanos llevados a cabo por las tropas de invasión en China es negado en los libros de historia japoneses, logrando con ello que no se disipe el malestar latente entre los dos países, mismo que se extiende al resto de Asia. Que Japón haya encontrado en la experimentación de las bombas atómicas estadounidenses sobre Hiroshima y Nagasaki su posibilidad de ser víctima olvidando su pasado de victimario es algo que chinos y coreanos le reclaman, exigiéndole que se haga cargo de su historia, la conozca y la asuma.
Nada de ello es fácil, obviamente. En Europa sólo han sido capaces de enfrentar una necesidad como ésta los alemanes, y en parte. Italianos, austriacos, croatas, húngaros han sabido fingir demencia sobre sus responsabilidades en
Pero Nanjing es mucho más antigua, más resistente y más presente que la masacre que los japoneses efectuaron en ella. Es una ciudad donde tomó el poder el primer emperador de la dinastía Ming, Zhu Yuanzhang, un campesino que se hizo monje y por ello se rebeló contra las injusticias de la dinastía Song, a la que volvía para encontrarse con su amigo de infancia en un jardín que construyeron juntos para rendirle tributo al cielo, donde erigió una de las mas poderosas obras de ingeniería defensiva del siglo XIV –una triple muralla de
Es el emplazamiento que a orillas de los ríos Yangtze y Qinhuai albergó una de las primeras aldeas neolíticas donde las mujeres descubrieron la horticultura.
Es la capital del sur donde en el siglo XIX se gestó la primera gran rebelión para destituir la dinastía Qing –triunfante hasta el requerimiento de apoyo que expresó el imperio a las potencias coloniales inglesa, rusa, italiana, estadounidense y alemana que no pedían nada mejor que inmiscuirse en la política china para controlar su comercio y producción.
Es también una de las pocas ciudades modernas de China, muy intensamente verde, con un bosque que llena su centro y alberga hostales juveniles, museos, monumentos, oficinas y el museo de Sun Yatsen, el dirigente que derrotó los intentos de restablecer la dinastía Qing en nombre del nacionalismo, la libertad y la igualdad social. Y una de las pocas ciudades chinas donde las construcciones modernas no se pelean con el estilo tradicional de las casas, logrando una continuidad agradable entre los techos en pagodas y las tiendas y conjuntos habitacionales que se han desarrollado en los últimos 10 años.
La elegancia de sus habitantes y sus calles es suave. En los parques, desde las seis de la mañana, en verano, van a hacer ejercicios, se masajean y respiran ancianos y ancianas como en toda China, pero también llegan señores vestidos de todo punto que llevan sus pájaros enjaulados a tomar aire, como en Europa lo haría una señora al pasear su perro de raza en el jardín del centro de la ciudad.
Las tiendas de ropa tienen precios fijos y sólo exhiben diseñadores locales. Las calles de comida albergan puestos que ofrecen decenas de variedades de pinchos de carne, mariscos y verdura, así como a restaurantes tranquilos, elegantes y silenciosos, con sus mesas grandes en apartados de maderas brillantes, sobre las que descansan vajillas de porcelana de colores distintos: azul y blanco, verde y blanco, amarillo y verde. Las casas de té abren sus ventanas sobre el canal del río Qinhuai, cuyas orillas están sembradas de flores y plantas perfumadas. De repente alguien canta con su voz aguda.
Nanjing es una ciudad donde se aprende mucho sobre la historia de China, mucho más que en Beijing donde la gente evita considerarla una parte viva de su cotidianidad. En Nanjing nadie te niega que la modernización de los últimos ocho años conlleva tres graves problemas: el encarecimiento de la salud, la privatización de la escuela y una fuerte crisis ecológica, pero también te explican que en China se puede actuar rápidamente –por ejemplo la municipalidad de la ciudad ha tomado en sus manos el reciclaje de la basura- sólo cuando se unifica el pensar de la población sobre algo que considera inherente a su bienestar.
En la cultura confuciana, aún el emperador no es sino portavoz de la voluntad del pueblo; de tal modo que el pueblo, entendido como conjunto de personas comunes, trabajadores, campesinos, comerciantes, paciente a la espera de que su voz sea escuchada, pero es capaz de organizarse y tiene derecho a la rebelión si percibe que su voluntad es tergiversada o traicionada. Esta concepción confuciana, pervive en la política contemporánea, y según las maestras de la escuela secundaria con quienes platicamos en español –habían estudiado esta lengua en la universidad, pero la abandonaron porque no les ofrecía un campo de trabajo en su propia ciudad-, explica los cambios recientes en la política económica del propio partido comunista, tanto como la fuerza que tuvo en 1966 la revolución cultural.
El conjunto tiene el derecho de ser dirigido. Pero la dirección a la cual se reconoce todo el poder, y a la que se rinde un tributo jerárquico, está obligada a responder al conjunto so pena de perder su legitimidad y, con ella, su poder. Emperador, dirigente máximo o partido, en China el poder político es obedecido puntualmente, mientras no violente el sentir general.
La cultura confuciana no es religiosa, sino moral: fija las reglas de comportamiento según las cuales deben portarse las personas por su rango, su sexo, su edad para el funcionamiento equilibrado del colectivo. Convive fácilmente con las religiones taoísta y budista, así como con cualquier otra, pero influye sobre ellas, las lleva a inclinarse a sus preceptos. Nunca había visto más claramente dibujada la relación entre moral y política que en la tradición china: una y otra son funcionales al estatus quo y, de darse una revolución o un cambio, deben reequilibrarse.
Nanjing es así la gran iniciadora de los cambios de China, y la ciudad de los gestos pausados. El lugar de la mayor redistribución de riqueza de China, donde se cuida evitar el trabajo infantil, donde las construcciones se siguen haciendo con estructuras de bambú.
1.Yo escribiendo una novela en una mesita frente al Quihuang
2.Helena diciendo que esta contenta de estar viajando por China
3.Encontrar un café con sabor a café,color de café y textura de café
A pesar de que Helena repela contra el celular que se prende y se apaga solo,contra las chinas que se visten mezclando estilo, contra la falta de salsa valentina. Nanjing me hace sentir feliz de estar viva.Pienso en la cara que pondría Carmen Ros de vernos escoger a lo cucaramacaradedospingué en el menú en chino de un exitosísimo restaurante frente a
Nanjing me hace feliz porque la gente sonríe,las flores son rosas y las hojas de los ciruelos son rojo sangre.
Y porque no para de llover.
2 comentarios:
Tal y como lo dicen Helena y Francesca:
http://spanish.peopledaily.com.cn/31621/5898705.html
Es lógico que la niña creyera que bastaría con escribir en caracteres occidentales (supongo era pinyin) para que la entendieran, si se pone uno a pensar que en China todos conocen la escritura Han y la pueden leer aunque hablen distintas lenguas - cada quien lee e interpreta el mismo caracter en su propia lengua (Lo que me parece maravilloso... por supuesto ayuda que, en general, un caracter es suficiente para expresar una palabra, contrariamente a nuestras palabras, formadas por muchos caracteres)
En esta entrada las descripciones son muy bonitas...
Lo único que le falta a este blog es que Helena y Francesca contesten algunos comentarios... eso haría bidireccional la comunicación.
Saludos de un lector de Las ideas feministas latinoamericanas
再见!
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