La Madre India, como los indios denominan a su nación, es un mosaico de culturas, religiones, lenguas que a su vez se subdividen y reagrupan según sistemas de género, tribales (adivasi) y de castas (cuatro grupos de diversos grados de “pureza”, divididos en mas de 3000 castas laborales, sin contar a las y los “intocables” o dalit) completamente desconocidos en Europa y, más aún, en América. Conceptos como honra y deshonra de los hombres y la familia, en efecto, han perdido hace tiempo su vinculación con la acción y el comportamiento sexual, el recato y la fidelidad de las mujeres, pero en India todavía desencadenan violencias y asesinatos. Por lo demás, para nosotras son igualmente lejanos otros conceptos, como los de poder de la vida, madre universal, salvaguarda de las decisiones sobre el colectivo y guardiana de la tierra que dan a las indias un poder que, aunque ineficaz ante las autoridades locales, hace temblar a la nación como tal.
Faltan cincuenta millones de mujeres en el recuento de la India, el segundo país más poblado del mundo, con mil millones de habitantes, que según todas las proyecciones en un periodo menor de quince anos superará a China. La tendencia mundial de que el número de mujeres sea más alto que el de los hombres (51% del total de la población humana a nivel global), se halla invertida en India donde hay apenas 993 mujeres por cada 1000 varones. El motivo es muy simple: las mujeres según la teoría económica patriarcal cuestan. Es decir, sacan de la casa del padre el dinero que les es necesario para su matrimonio y su dote, mismos que tienen un valor elevado. Puesto que las hijas pasan de la casa del padre a la del marido, la familia paterna -madre incluida- considera que el que se gasta en ellas es dinero perdido. Nunca se cuestiona que el disfrute de los bienes colectivos sea un privilegio masculino, a menos que un grupo de mujeres organizadas, feministas de varias tendencias y extracciones sociales, no lo haga notar. Numerosas organizaciones femeninas de nombres tan estrafalarios como Nosotras contra la Dote, o de hombres solidarios, Nosotros No Queremos Dote, empiezan a manifestarse en las grandes megalópolis de la India: Delhi, Mumbay, Kolkata, Madras, y en algunas ciudades menores.
Las familias patriarcales prefieren matar a las niñas recién nacidas o abortar los fetos femeninos apenas un ultrasonido puede determinar su sexo. Los motivos que provocan este feminicidio fetal son diferentes a los de China (donde se prefiere que el único hijo permitido por el estado sea varón), pero en ambos casos las nuevas tecnologías sostienen la vieja misoginia.
Frente a esta realidad, en el mes de julio recién pasado la Ministra para Mujeres y Desarrollo Infantil, Renuka Chowdury, ha propuesto una medida para acabar con los abortos selectivos en India, que asusta por su alto grado de control sobre la libertad y la privacidad de las mujeres y su poca posibilidad de aplicación real en un país donde la medicina privada atiende a la población más rica, mientras la más pobre cuenta con un medico cada 30000 personas. La iniciativa consistiría en requerir a todas las embarazadas del país que se registren ante el Gobierno y soliciten permiso si desean interrumpir voluntariamente su embarazo. De esta manera las parejas que deseen abortar tras descubrir que esperan a una niña lo tendrían más difícil. Pero…. recordemos que las leyes que prohíben a los médicos proporcionar datos acerca del sexo del feto no son acatadas en ningún hospital privado o público. Y que toda ley que prohíbe algo que se realiza consuetudinariamente sólo sirve para alimentar la corrupción.
El prestigio de la madre y su posición en la familia sólo se consolidan cuando da a luz un varón, ya que sólo éste puede realizar los ritos funerarios para sus padres. Así, cuando nace una niña no se le festeja con parientes y vecinos y, probablemente, cuando crezca reciba menores alimentos, se gaste menos en su educación y deba efectuar las labores domésticas como forma de pago por su hospedaje en casa del padre. Este trato tiene una función implícita, la de domesticar el carácter de las mujeres. En una sociedad obsesionada por el matrimonio, donde las jóvenes en su mayoria se casan con alguien que no conocen y van hacia una familia extraña, en una población distinta, lejos de sus sostenes afectivos, hay que estar preparadas para aguantar la tiranía de las suegras, que algunas veces fueron nueras en una familia de extraños. Así como aguantar el acoso sexual de primos, cuñados, sobrinos que conviven en el delicado equilibrio de las familias extensas. Si alguna de sus hijas sufre maltrato o abuso sexual, lo que no es infrecuente, no podrá hacer nada. Una joven casada sin un hijo varón no tiene casa a la que huir si ella misma es victima de maltrato, pues se considera que el marido tiene derecho a “disciplinar” a su esposa como considere necesario.
En India sobrevivieron hasta mediados del siglo XX prácticas ligadas a la importancia de la figura paterno-marital dominante, como el sati, es decir la quema de la o las esposas en la pira fúnebre del marido, y aun hoy para otorgársele una visa de turismo a una extranjera (como yo o como mi hija de 12 años) se le exige proporcione el nombre de un hombre de familia “responsable” de ella, preferiblemente padre o marido.
La sociedad india considera que la condición ideal de una mujer es la de esposa. Las jovencitas no usan colores brillantes ni se adornan como lo hacen las mujeres casadas para lucir su alegría de tener marido. En los templos hinduistas, los rezos de las solteras se dirigen a Parvati para, como ella misma, obtener del cielo la benevolencia de un buen marido. La más grande compañía matrimonial del mundo está en la India y en cada ciudad existen decenas de jardines y palacios que rentan pabellones para las bodas. Es cierto que los hombres indios repiten en toda ocasión que “No wife, no life”, pues una esposa a ellos les soluciona la mayoria de los problemas cotidianos de su vida y, aún más, les permite acceder a los templos para ofrecer sacrificios a los dioses y diosas (más de 33 millones). Aun las y los musulmanes, sikhs, budistas, jainistas, animistas, cristianos y el puñado de ateos que conviven en la Madre India suponen que el sueño de toda mujer es el matrimonio, porque de hecho es su única forma de acceder al reconocimiento público, a la posibilidad de tener hijas e hijos legítimos y a derechos sociales y económicos.
En la actualidad una viuda no sólo no vuelve a casarse y viste de colores oscuros, sino es una sobrante que, si no tiene un hijo varón que la acoja en su casa, apenas puede sobrevivir en una familia. Son recurrentes los “incidentes de cocina”, cuando una joven viuda o una esposa infértil (o simplemente una esposa que no ha llevado la suficiente muestra de su gratitud como dote a la familia del novio por haberla aceptado y darle un hogar) se quema por “error” gracias a las manipulaciones de su suegra en las hornillas.
Según la Asociación de Servicio de Educación y Desarrollo Rural, una ONG de India que trabaja en el campo con mujeres y hombres dalit, cada 27 minutos una mujer es asesinada por un problema con la dote; cada 20 minutos se produce una violación o una mujer es traficada; cada 16, una mujer se suicida y cada tres minutos se produce una tortura en el ámbito familiar.
A pesar de que desde el 25 de julio de 2007 la presidenta de la República sea una mujer y una progresista, Pratibha Patil (apoyada por el Congress Party de Sonia Gandhi, la probable futura primera ministra), y que importantes ministerios estén regidos por otras mujeres, la participación política y social femenina en India es inferior al 11% y sólo muy recientemente una ley garantiza su participación en los gobiernos locales, imponiendo que uno de cada tres asientos sea reservado a las mujeres. Asimismo, las autoridades no actúan para impedir la violencia contra las mujeres, cuando no toman parte activa en ella, como denuncian las organizaciones de familiares de victimas y Amnistía Internacional. Muchos funcionarios públicos de estados como Uttar Pradesh (aunque regido por una gobernadora, Mayawati), Rajastan o Gujarat continúan haciendo caso omiso de las denuncias, aceptan sobornos, encubren abusos, ocultan o destruyen pruebas cuando los hombres golpean a las mujeres, las desnudan, las violan, las dejan sin sustento.
En particular, si las mujeres son dalit o adivasi, es prácticamente imposible que tengan acceso a la justicia y la protección en el ámbito local. Las mismas mujeres tienen miedo de registrar una denuncia a la policía, ya que pueden someterlas a nuevos abusos o deshonrarlas públicamente. El 80% de la población de la India es rural y es precisamente en el campo y las pequeñas ciudades donde se producen los ejemplos más evidentes de la combinación de discriminación de género y marginación de casta: las y los dalit no pueden acceder a los templos públicos de oración –los hay también privados-, les está prohibido utilizar los pozos de agua potable que surten al resto de las personas, son obligados a efectuar trabajos considerados sucios o degradantes, no pueden comer en lugares públicos porque son considerados impuros. Es interesante notar que las y los musulmanes (el 30% de la población india) que no tienen ni aceptan el sistema de castas, reivindicando la profunda igualdad de las personas frente a un único dios, son perseguidos como “fanáticos religiosos” cuando externan sus opiniones al respecto.
Ahora bien, las más diversas corrientes feministas, algunas de raigambres antiguas, otras ligadas al desarrollo del movimiento de liberación europeo, otras más que abrevan en la experiencia de mujeres concretas en lugares no dominantes de la India, conviven y dan esperanzas a millones de mujeres. El primer movimiento ecofeminista, y aun el concepto mismo de ecofeminismo, es indio y fue introducido hace años por la economista india Bina Agarwal. El movimiento Chipko, descrito por Vandana Shiva en uno de sus primeros libros, tiene origen en un movimiento pacifista de mujeres de hace 260 años, cuando éstas se abrazaron a los árboles para que no fueran cortados durante las guerras que ensombrecían sus días en Rajastan. Hoy tiene centros de estudio, asilos para mujeres, plantaciones, programas contra la invasión de semillas transgenicas, grupos de acción contra la discriminación. En una forma completamente diversa, y al límite del delito, 400 mujeres del estado de Maharashtra, lincharon a un violador que durante diez años no fue detenido por la policía en Nagpur a pesar de sus denuncias, para garantizar que no lo liberasen. Cinco de ellas fueron arrestadas, pero las otras 396 bloquearon la entrada a la sala de audiencia del tribunal que iba a acusarlas de asesinato hasta que las liberaron por haber actuado en defensa propia. La Red Nacional de Grupos Feministas Autónomos de la India actúa en la sociedad civil sin perder tiempo en exigir del mundo gubernamental una ayuda que no llega. Sus principales trabajos se centran en la lucha contra los fundamentalismos hinduista e islámico, y trabajan por ello en la dignificación de todos los momentos y las formas de vida de las mujeres. Algunas escritoras, como Arundanati Roy, son hoy las voces más claras que se elevan en India contra el nuevo armamentismo y la discriminación de las mujeres.